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RESUMEN HISTÓRICOS 


Aunque en su término municipal se encuentran abundantísimos testimonios del pasado que, en el caso del yacimiento de la cueva del Ángel pueden remontarse a más de 80.000 años, en pleno Musteriense, y en el de la ciudad iberorromana de Morana desde el Bronce final, en el siglo VIII (a. C), hasta la época árabe, no hay vestigios suficientes que permitan asegurar la existencia de una ciudad en el emplazamiento de la actual Lucena. La primera cita documental es de finales del siglo IX, a raíz de las incursiones realizadas por el rebelde Umar ben Hafsun a "los castillos de la cora de Qabra y al-Yussana, cuyos habitantes eran judíos". 
Al final del Califato, en 1010, Lucena pasó a formar parte del reino zirí de Granada, siendo favorecida por el primer ministro granadino Samuel ibn Negrella. En el año 1090 la pujante aljama judía lucentina compró su libertad al caudillo almorávide Yusuf ben Yashufin. Eran estos los momentos de mayor prosperidad económica y cultural de aquella Eliossana a cuyos muros se acogieron muchos judíos huidos de Córdoba o Granada. Considerada como la "ciudad de la poesía" y denominada por los judíos importantes como Jehudá Haleví, ibn Gabirol o la saga de los ibn Ezra. Sus rabinos ejercieron un importante magisterio religioso entre las comunidades judías del occidente europeo, hasta la invasión almohade, en 1148, momento en que su población debió emigrar a los reinos cristianos del Norte, estableciéndose fundamentalmente en Toledo y en Narbona. 
Tras conquistarla en 1240, Fernando III (el Santo) la donó al obispo y al cabildo de la catedral de Córdoba, quienes a su vez, la permutaron, en 1342 a doña Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI, por otros bienes rústicos e inmuebles en Córdoba. 

Tras la guerra civil, en 1371, el primer Trastámara, Enrique II, la entregó en señorío a Juan Martínez de Argote, de quien pasará a su hija María Alfonso de Argote que, al contraer matrimonio con Martín Fernández de Córdova, vinculó Lucena a los de este apellido en su rama de los Alcaides de los Donceles, permaneciendo invariablemente como avanzada castellana en la frontera de Granada hasta 1492. 

En 1483, uno de los señores de este linaje, Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, derrotó y apresó a Boabdil, rey de Granada en la batalla del arroyo de Martín González. Más tarde, como merced por sus acciones en la conquista de Orán y en la anexión del reino de Navarra, obtuvo el título de Marqués de Comares, concedido por Fernando el Católico. La evolución demográfica de Lucena en el siglo XVI fue espectacular: de unos 1500 habitantes en 1495 pasó a más de 15.000 en 1550, manteniéndose desde entonces como la segunda población cordobesa en importancia tras la capital. 

En 1618, Lucena alcanzó de Felipe III el título de ciudad. Sometida al dominio señorial de los marqueses de Comares y vinculada al ducado de Medinaceli desde 1680, las imposiciones y abusos señoriales desataron el malestar y las protestas de los lucentinos que, tras un largo pleito, consiguieron en 1767 la reversión de la jurisdicción, el señorío y el vasallaje de la ciudad a la Corona.


En 1481, como represalia por una incursión capitaneada por el marqués de Cádiz contra Ronda, sus habitantes se apoderaron de Zahara. Una serie de acciones bélicas se desataron inmediatamente; el 28 de febrero, tropas andaluzas tomaron Alhama, que ya no se perdería pese a los repetidos intentos de recuperación por parte del monarca granadino Abu-I-Hasan Alí, y de su visir Bannigas. Poco más tarde, un golpe de estado, llevó a la Alhambra a Muhammad XII (Boabdil). 
Por su parte, "El Rey Viejo", padre de Boabdil, instalado en Málaga, realizó con éxito una serie de saqueos por los campos de Tarifa, Cañete la Real, Teba, Ardales y Turón; Igualmente, en los primeros días de abril, el soberano granadino se decidió a correr las comarcas cordobesas de Baena y Luque desde donde, tras asolar los campos regresó a Granada con abundante botín. 
No obstante, deseaba Boabdil un éxito mayor que el producto de los saqueos y lo buscó, tal vez aconsejado por su suegro Aliatar, poniedo sitio a Lucena el 20 de abril mientras otros contingentes de tropas corrían las tierras de Aguilar, Montilla, La Rambla, Santaella y Montalbán.

DESARROLLO DE LA BATALLA 


Cuenta el Abad de Rute que se presentó con unos mil quinientos jinetes y algo más de seis mil peones, ante las murallas de Lucena a las cuales se habían acogido sus moradores, dispuesto a hacerla suya por la fuerza: "Tentó el enemigo de entrar en el arrabal y poner fuego a las puertas de la Villa en vano, porque gallardamente se lo impidieron los defensores acaudillados por Hernando de Argote, alcaide de la villa y deudo del de los Donceles. Había dentro del lugar alguna gente más de lo ordinario, que se habían recogido al advertir por las ahumadas del acometimiento de los moros". Neutralizado el ataque, el joven alcaide de los Donceles mandó aviso a las poblaciones vecinas del peligro que se cernía sobre Lucena. Según el Abad de Rute, vista la tenaz resistencia lucentina y tal vez por el temor a un ataque desde las poblaciones vecinas, Boabdil se disponía a levantar el cerco cuando regresaron las fuerzas que habían recorrido la Campiña. Capitaneaba éstas, Ahmad ibn Sarray, (Abencerraje), conocido del Alcaide de sus estancias en Aguilar, donde miembros de esta estirpe granadina se había acogido en tiempos de persecuciones. Propuso el abencerraje una honrosa capitulación con toda suerte de garantías. "Reconoció luego el Alcaide que el moro le procuraba engañar, y usando de la misma treta, como ya él hubiese tanteado el tiempo, y que a buena cuenta no podían tardar los socorros de los vecinos, fue dando larga a la conversación, mientras llegaban, difiriendo el tratado con pedir condiciones que no habían de concedérsele, en que anduvo tan avisado y prudente sobre su edad, que sin advertir en ello los moros, los metió en la trampa que a él le apercibían. Porque antes de disolver la plática, que duró una hora, iban ya dando vista a Lucena por el pequeño recuesto del camino de Cabra, las banderas del Conde". 
La noticia del asedio de Lucena había llegado, entre otras localidades, a Baena en la medianoche del mismo día 20, por medio de fuegos en la cadena de atalayas que orlaban la frontera. Vistas por el conde de Cabra las señales que hacían desde el monte de la Horquera, se aprestó en el acto para acudir con su gente en auxilio de su homónimo, el alcaide de los Donceles. En Cabra, donde tomaron la enseña de aquella villa porque con las prisas habían olvidado en Baena la del Conde, se unieron nuevas fuerzas. En total, unos trescientos jinetes y mil quinientos infantes dieron vista a Lucena alrededor de las diez de la mañana del día 21 de abril. Se retiraba entonces lentamente el ejército granadino, embarazado en su marcha por un cuantioso botín, fruto del saqueo de la Campiña. Llegó el Conde con su gente, cuando la retaguardia enemiga trasponía el collado por el que asciende el viejo camino de Granada, marchaba delante "el peonaje todo, con la cabalgada de cautivos y ganados, y con el carruaje guarnecido de hasta 700 caballos". Tras un breve conciliábulo, el conde de Cabra y alcaide de los Donceles, se decidieron a salir en seguimiento del ejército musulmán. El alcaide de los Donceles hizo salir su seña con cincuenta caballos, y alguna gente de Aguilar, Montilla y La Rambla, que llegaban entonces y doscientos infantes, acaudillándolos el alcaide Hernando de Argote, los cuales mandó se juntasen con la bandera del Conde. Y juntos, acordaron enviar delante, por el camino que llevaban los moros, cincuenta caballos al mando del mismo Hernando de Argote, alcaide de Lucena, Pedro González de Hoces, alcaide de Cabra, Pedro Fernández de la Membrilla, alcaide mayor de Baena y Pedro de Cueto, criado del Conde, hombres para todo trance de guerra, con sus descubridores, ordenándoles que sin llegar a las manos con el enemigo, aunque lo encontrasen, volviesen a dar aviso al Alcaide y al Conde, por dónde y cómo marchaban, y ellos, con el resto de la gente, "irían en su seguimiento [...] Los moros, llegando al Campo de Aras, pago una legua distante de Lucena, a la una del día, y reparándose a comer un bocado, supieron de sus atalayas la venida de los cristianos en seguimiento suyo, y la poca gente que era, de que en su rey, viéndose tan superior en número, nació voluntad de pelear y confianza de victoria, con lo cual mandó hacer alto a su gente y juntarse, haciendo rostro al camino que los nuestros traían, cosa advertida por los descubridores del Conde y del Alcaide que se lo hicieron saber al punto, a así mandaron al conde y al Alcaide parar su bandera y señal y estar queda la batalla; y dejando a su hermano Gonzalo Fernández, comendador de la Obrería de Calatrava y de Argamasilla, y a Alonso de Córdova, su primo, y a Diego Fernández, tío del alcaide de los Donceles; el Conde, llevando consigo al Alcaide y a solo dos caballeros de su casa, Jerónimo y Ramiro de Valenzuela, fue a reconocer por su persona la gente y ordenanza del enemigo, porque se les encubría donde estaban, y desde una sierrezuela de monte alto, que señoreaba bien gran parte de la campaña, cerca de donde repararon sus descubridores y no lejos de los moros, vieron que seis batallas o escuadrones, que eran de caballos, se juntaron e hicieron un cuerpo los cinco, dejando otra gruesa de cuatrocientos caballos o más a la espalda de la mayor apartada hasta doscientos pasos, y que con la infantería en dos escuadrones abrigaron ambos costados de este mayor escuadrón, guarneciendo asimismo cada ala de infantes con una banda de cincuenta o sesenta caballos, por ventura para que los animasen, apresasen y no les consintiesen desbordarse [...] Oíanse bien en nuestro campo, pero mandó el Conde que nadie les respondiese de palabra ni de obra, remitiendo a éstas la respuesta en breve tiempo, y por no perder alguno mandó a su gente se acabase de armar poniéndose los capacetes y baberas, y de la de caballo, que serían hasta trescientas cincuenta lanzas, hizo un escuadrón y dividiendo en dos la infantería, que serían hasta mil quinientos hombres, para que, a imitación de los moros, acompañasen ambas a la diestra y siniestra de la caballería [...] 
Tras impartir las órdenes pertinentes "mandó el Conde mover la seña del Alcaide y la suya contra los moros, que bien ordenados ocupaban una ladera, a la bajada de una cuesta hacia una mimbrilla, y del todo no veían a los nuestros, tanto por la desigualdad de la tierra, como por la niebla de aquel día..." Boabdil, para evitar la rotura de sus escuadrones de caballería, ordenó que se reuniesen en uno solo "y tocar sus atabales y añafiles y dar una grande grita que llamaban ellos algazara, a lo cual respondieron los cristianos al mismo tiempo con otra como estaban advertidos y tocaron todos sus instrumentos de guerra, marchando en orden a buen paso [...] Ejecutose al punto y tocando sus atabales y añafiles con la acostumbrada algazara, movieron contra los cristianos que, ya mejorados de sitio, viendo venir a los moros, volvieron las enseñas contra ellos y [...] al son de sus trompas y cajas acometieron valerosamente a los moros y a los primeros encuentros los rompieron, dejando más de treinta caballeros, la flor de la Casa de Granada, muertos al pie de la sierrezuela y muchos fuera de la silla, rodando por el suelo, con que algunos comenzaron a volver las espaldas". 

"Vista por el Conde y el Alcaide la rota de los moros [...], ordenaron que hasta un número de ochenta o cien lanzas, pasasen adelante, siguiendo el alcance de los moros y procurasen deshacerles una batalla de hasta trescientos cincuenta o cuatrocientos caballos que iba junta; y el Conde y el alcaide de los Donceles, con casi cien lanzas que pudieron recoger, (los demás quedaron en el lugar del desbarato, matando y prendiendo moros), acompañándose del comendador Luis de Godoy, alcaide de Santaella, que con cuarenta lanzas y algunos de a pie, llegó al campo en aquella sazón, caminaron tras estos caballeros, haciéndole espalda por asegurar su poco número [...] Juntos el Conde y el alcaide de los Donceles, caminaron a dar calor a los suyos que iban al alcance, con que cuatrocientos moros de a caballo, que aún no habían perdido la forma de escuadrón, y algunas veces revolvían a pelear con las cien lanzas que iban en su seguimiento, se pusieron de manifiesta huida. De esta manera, prendiendo y matando, llegaron vencedores y vencidos al Pontón de Bindera, pequeño río que nace entre los términos de Iznájar y Rute [...] y corre hasta llegar al Genil tres cuartos de legua por entre ásperas riberas. [...] Y aquí se consumó la victoria, porque los cristianos, valiéndose de la oportunidad del sitio, algo más llano que el que habían caminado, acometieron a los moros desalentados y los rompieron de todo punto, mientras procuraban coger unos a otros eran forzados a rendirse a los vencedores o a la muerte."

LA PRISIÓN DE BOABDIL 

El valor de esta victoria se vio acrecentado con la prisión del rey de Granada. 
Escribe el profesor Sánchez Arjona sobre la prisión del Rey de Granada: "En cuanto a Boabdil [...] retirose hacia el Arroyo Martín González donde perdió su caballo" -según Hernando de Baeza, por que se atascó en el fango de la ribera; y según el Abad de Rute y el conde de Banalúa, porque se lo mataron-. "Cuando trataba de ocultarse entre la espesura de las zarzas y los tamariscos, fue descubierto por el peón lucentino Martín Hurtado y poco después por dos soldados de a pie de Baena, uno de los cuales llamado Martín Cornejo fue quien logró reducirlo a golpes de pica. Al ruido habían acudido Pedro de Torreblanca y un criado del Conde llamado Diego Clavijo, que atraídos por el aspecto nada vulgar del vencido se acercaron y le preguntaron quién era, a lo que Boabdil contestó que hijo de Aben Alaxar, (caballero muy noble que fue alcaide mayor de Granada). También llegó en ese instante el alcaide de los Donceles ante cuya presencia Martín Hurtado contó lo sucedido y presentó el cautivo a su señor, quien desmontando del caballo y quitándose de las ropas una cinta de seda, le ató con ella los dos dedos pulgares y le hizo poner sobre una acémila con una banda roja en el cuello como insignia de prisionero, [...]". 
Según Ramírez de Luque, el señor de esta Villa, viendo que este moro parecía persona notable, lo entregó a Juan de Bocanegra para que con una guardia de lanzas lo condujese al Castillo de Lucena. Confundido con los prisioneros, (entre los que se encontraban algunos personajes lujosamente vestidos), fue encerrado en los calabozos de la fortaleza. Bolatrano escribe que "una noche y un día enteros pasó Boabdil encubierto entre los cautivos en grillos [...] En la mañana del día 24 (jueves), tres días después de la victoria cristiana, llegó a nuestro Castillo una de las cuadrillas de peones destacadas por orden del Conde y del Alcaide, conduciendo algunos moros que habían encontrado ocultos en los jarales de los montes. Cuando estos vieron a su Rey cautivo y despojado de sus reales atributos, e ignorando la advertencia que Boabdil había hecho a los demás prisioneros para que callasen su nombre y lo trataran como a hijo de Ben Alaxar, (pensando que así sería más fácil negociar su rescate), postráronse en tierra ante él, y llorando y dando grandes gritos, nombrábanle por su Rey, lo que atrajo a los centinelas, quienes interrogaron al cautivo que, aunque intentó negarlo, no pudo ya seguir ocultando su condición". 

Con este descubrimiento, la batalla del Martín González adquiría una trascendencia insospechada, tanto para el posterior desarrollo de la guerra de Granada como para el futuro del alcaide de los Donceles y del conde de Cabra.

como tal aparece definida en el siglo IX, en la correspondencia mantenida con los geonim o directores espirituales de las academias talmúdicas de Oriente Medio, cuyo prestigio intelectual les daba una autoridad aceptada por todos los judíos. Uno de estos, Natronai bar Hilai, gaon de Sura, escribió en la mitad del siglo IX unas largas cartas a los hebreos lucentinos en respuesta a una serie de cuestiones de índole moral, teológica o de meras relaciones humanas que estos le había planteado. También le remitió un formulario de cien bendiciones para recitar diariamente, aludiendo a ella, como que hace tiempo al-Yussana es una ciudad judía que cuenta con gran población (...) sin ningún gentil. 
La subida al trono de Abd al-Rahman III el año 912 y la ascensión al poder del judío Joseph Hasdai ibs Shaprut como nasi de los judíos, ejerciendo su jurisdicción, delegada del poder del califa, sobre todas las comunidades hebreas de al-Andalus, permitió el incremento de la importancia e influencia de la Lucena judía. 
Por otra parte, las academias orientales, que habían mantenido encendida la llama del judaísmo, iluminando con su sabiduría a muchas comunidades de la diáspora, entre ellas a Lucena, sufrieron a lo largo del siglo IX y parte del X una larga decadencia que anunciaba su desaparición. A la muerte de Saadia, su último gran rabino, considerado como el príncipe de los talmudistas, la academia de Sura desapareció como centro de ciencia y de tradición, manteniéndose, no obstante, la de Pumbedita, gracias a la ayuda de las comunidades hebreas de El Cairo y Bagdag. 


Los últimos intelectuales de Sura, trataron desesperadamente de hallar los medios para restituir el viejo esplendor a su academia, y con tal pretensión se embarcaron a la búsqueda del apoyo de las aljamas occidentales. Tras un naufragio, apresados por el almirante de la armada cordobesa Ibn Rumahis, fueron conducidos con su jefe, el rabí Mosseh ibn Hannoch, a Córdoba, para ser vendidos como esclavos en el zoco; reconocidos por los de su raza, fueron comprados y remitidos, incorporándose su bagaje cultural al de la comunidad cordobesa. Se desplazó de este modo la cultura talmúdica del Oriente Medio al extremo occidental europeo, convirtiendo al-Andalus en el centro espiritual del judaísmo. No obstante, la academia de Sura mantendría su antiguo esplendor hasta la muerte, el año 1033, de su último gaon, rabí Hai, si bien, para entonces, la dirección espiritual de los judíos había desaparecido de Córdoba y se encontraba en Lucena, ya denominada Perla de Sefarad. 
Muchos judíos notables abandonaron Córdoba para refugiarse en Lucena cuando el califato cordobés se desmoronó en medio de las luchas por el poder político. Resultado trágico de crisis fue el pogrom del año 1013, que lanzó al exilio a la comunidad israelita de Córdoba y con ella a sus intelectuales. En estas circunstancias, Lucena, como otras ciudades de tradición judaica, a medio camino entre Córdoba y Granada, con una población casi enteramente sefardí, recibió en razón de su proximidad, un importante contingente de hebreos cordobeses que huían de la persecución. 
Con la desaparición del Califato y la disgregación del al-Andalus, Eliossana cayó en la órbita del reino de Granada, aumentando considerablemente autonomía y libertades de modo paralelo al crecimiento de su poder económico. No se puede explicar de otra manera la rebelión, a finales del siglo XI, de los judíos lucentinos contra el emir granadino, Abd Allh, a consecuencia de un abusivo aumento de los impuestos. 

El comercio era, junto al cultivo de los viñedos, uno de los pilares fundamentales de la economía lucentina. Existían muchos mercaderes que mantenían relaciones comerciales con las grandes ciudades de España y también con países del Oriente Medio. Los judíos lucentinos viajaban especialmente a Egipto, realizando sus negocios con los judíos locales. 

Coincidiendo con el máximo esplendor de la Lucena judía, casi todo el siglo XI y parte del XII puede considerarse como el Siglo de Oro del judaísmo español. En lo literario, siguiendo el valioso criterio de Moseh ibn Ezra (+ 1140), estos años señalan el máximo florecimiento de las letras hebraicas, teniendo a Eliossana como foco cultural de primera magnitud y, muerto en 1033 el último gaon, rabí Hai, como directora espiritual del judaísmo gracias a la figura del lucentino Ishaq ibn Gayyat, el primero de los maestros sefardíes, que recogió y conservó la tradición intelectual talmúdica. 

Lucena fue morada de muchas figuras de renombre intelectual, unas nacidas en la ciudad y otras llegadas a estudiar o a vivir en ella: Ishaq ibn Levi ibn Mar Saul, que destacó como poeta, Ishaq ibn Chicatella, gran filólogo. Las figuras cumbres de la poesía hebraico española ibn Gabirol y Jehuda-Levi moraron dentro de las murallas lucentinas. 

En la segunda mitad del siglo XI fue Granada la que se dejó sentir su influencia sobre Lucena. Samuel ibn Nagrella, visir y mecenas de los intelectuales de su época, amigo de ibn Gayyat, la protegió grandemente. Gracias a ello, el grado de autogobierno de Eliossana llegó a expresarse en la preponderancia de los hebreos lucentinos sobre los musulmanes, obligados éstos a vivir en el arrabal, sin posibilidad de pernoctar dentro del recinto amurallado; y en el mantenimiento de una fuerza militar propia; lo que, unido a las peculiaridades de índole jurídica y de gobierno, la convirtieron en una especie de república teocrática. 

No se podría explicar el esplendor de Lucena en el siglo XI sin la figura de ibn Gayyat, juez de los hebreos lucentinos y piedra fundamental sobre la que se levantó el prestigio de la yeshivá, academia de estudios talmúdicos. Calificado como el mejor poeta de su generación por Moseh ibn Ezra, compuso varios tratados sobre Halakhá y el lenguaje. Sus poesías eran recitadas y transmitidas de boca en boca. 


Un año antes de la muerte de Ishaq ibn Gayyat llegó a Lucena quien le sucediera al frente de la aljama; Ishaq al-Fasi, uno de los mejores talmudistas de todos los tiempos, sólo aventajado por Maimónides. Su categoría intelectual, sus dotes políticas y diplomáticas, revelan la importancia de Lucena, a cuyo rabinato mayor se accedía no sin disputa, siendo preciso gozar de reconocido prestigio. 
Sucedió a al-Fasi a la edad de 20 años Joseph ibn Migash ha-Leví, a quien le tocó asistir como rabino mayor al pago del rescate con que obligaron los almorávides a la comunidad hebraica lucentina, como premio de compra de su libertad religiosa. 

Casi contemporánea a este hecho es la célebre descripción que el viajero y geógrafo Al-Idisi realizó de Lucena. Dice así: "Entre el Sur y el Oeste (de Cabra) está Lucena, la ciudad de los judíos. El arrabal está habitado por musulmanes y por algunos judíos; en él se encuentra la mezquita, pero no está rodeado de murallas. La villa, por el contrario, está ceñida de buenas murallas, rodeada por todas partes por un foso profundo y por canales cuyos excedentes de agua vierte en este foso. Los judíos viven en el interior de la villa y no dejar penetrar en ella a los musulmanes. Son allí los judíos más ricos que en algún país sometido a la dominación musulmana y están muy sobre aviso de las empresas de sus rivales". 

Pasado el primer tercio del siglo XII, la invasión almohade forzó a la conversión o a la muerte a aquellos no musulmanes que habían habitado al-Andalus durante siglos, y que no habían emprendido todavía la huida hacia el exilio. 

En 1148 la academia de Lucena fue clausurada para siempre y los judíos lucentinos buscaron asilo en los reinos cristianos. 

La qiná de Abrahan ibn Ezra, pone el acento patético en el final de esta etapa de la historia de Lucena: 

"El llanto de mis ojos, como llanto de avestruz, es por la ciudad de Eliossana; libre de tachas, aparte allí moró la cautiva comunidad, sin cesar hasta cumplir la fecha de mil setenta años; pero vino su día, huyó de su gente y ella quedó como viuda, huérfana de Ley, sin Escritura, sellada la Misná, el Talmud estéril se tornó y todo su esplendor perdió..." 

Abrahan ibn Daud, en los párrafos finales de su sefer ha-Qabbalah, refiere cómo el judaísmo, tras este terrible golpe, florecía nuevamente en tierras cristianas. Es sabido que Mair ibn Joseph, último rabino de Lucena, impartía sus enseñanzas talmúdicas en Marbona, en el Sur francés.